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Marcello Pignataro manogifra@gmail.com | Lunes 30 marzo, 2009

Marcello Pignataro

Lo primero que saltó a la vista durante mi visita —desde el mismo día de mi llegada— fueron las carreteras. No sé si es algún tipo de obsesión que tengo con el paupérrimo estado de nuestras calles o qué, pero las del país caribeño me parecieron fenomenales. Amplias autopistas de tres carriles desde y hacia el aeropuerto —con algunos pequeños tramos de solamente dos carriles— en las que los vehículos se trasladaban prácticamente sin límite de velocidad.
En el trayecto del Aeropuerto al hotel (quizás unos 30-35 kilómetros y muy parecido en paisaje al paso entre El Roble y Puntarenas) no vi un solo semáforo que generara ningún tipo de atascamiento u obstrucción vehicular. Pasos elevados ubicados sincronizadamente de manera tal que el vehículo ni siquiera tuviera que desacelerar para cambiar su ruta.
¿Huecos? Sí, sobre todo en carreteras secundarias. Pero no son monumento nacional como aquí.
La nueva Ley de Tránsito, de reciente aprobación en Costa Rica, se la tienen que llevar para allá. Pareciera que es contra la ley que quienes anden en motocicleta utilicen casco. Aun en las autopistas, y con las altas velocidades que conlleva trasladarse por vías de ese tipo, a nadie parecía importarle su propia seguridad, ni la de aquellos que viajaban con ellos.
Durante una hora, más o menos, fuimos al centro de la ciudad propiamente. Mucho vehículo, calles muy angostas y con carros y camiones estacionados a ambos lados. Las presas, sin embargo, eran imperceptibles y no recuerdo haber escuchado un solo pito. Imperaba el orden sobre las aceras, en las calles mismas y cada 200 metros se podía observar por lo menos un policía turístico (uno de los cuales, por cierto, tuvo la gentileza de acompañarnos mientras esperábamos la salida del bus hacia el hotel).
Sin embargo, los dominicanos en general tienen mucho que aprender de servicio al cliente por parte de sus contrapartes costarricenses. El trato hacia el turista en general es despectivo y no utilizan lo más fundamental: la sonrisa. Esa sonrisa imperdible de los costarricenses cuando saludamos, cuando recibimos a alguien.
Lo único que me preocupó, y así se lo hice saber al dueño de una tienda de souvenirs, fue encontrar un bolso de mujer que decía “República Dominicana – Pura vida”. Desconozco si en Costa Rica tenemos como marca registrada el “Pura vida” pero solo eso faltaría que nos quitaran.
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