¿Tiene final esta crisis?
Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 21 octubre, 2011


¿Tiene final esta crisis?
Quienes piensan a estas alturas que la crisis mundial, que reventó tras la quiebra de Lehman Brothers en 2008 y que todavía tiene postrados a los mercados financieros, era algo pasajero, están tan equivocados como los que apuestan a que es solo una turbulencia pasajera de carácter económico.
En el fondo se llegó a un punto de inflexión donde lo que está en crisis es el propio ser humano.
Los revolucionarios cambios impulsados por los avances tecnológicos en el último siglo pusieron a la humanidad frente a dilemas éticos y morales para los cuales no estaba preparada.
Hoy predomina una filosofía pragmática, propuesta para no detenerse a mayores miramientos, reflexiones moralistas, que simplemente permita actualizarse a la imparable corriente de “adelantos”, “modas” y “novedades”, en un entorno radicalmente cambiante, que castiga con la exclusión social y productiva a quienes por diversas razones (entre ellas económicas) no logran seguirle el hilo.
Hoy la peor condena es la obsolescencia, un símbolo también de desprecio con el que se mira al anciano, incluido su celoso sistema de valores con el que fue educado, de comportamiento y de respeto mutuo, que hoy incomoda y estorba el camino del supuesto “éxito material”.
Como resultado, las sociedades se fragmentan, el imperio del “primer mundo” se resquebraja, no por sus temidos enemigos externos, sino por su fantasma interno de la corrupción.
En una sociedad caótica y salvaje, la democracia actual presenta al capital económico como garantía de seguridad y única vía simplificada hacia la felicidad y bienestar del ser.
Hoy difícilmente los jóvenes miran a la política como una fuerza sincera, con suficiente independencia de los intereses económicos, para realizar los cambios pertinentes hacia una verdadera libertad, igualdad y fraternidad.
El problema es que la actual crisis ha develado el rostro del poder que gobierna al mundo, lleno de vacías consignas de supuestos derechos humanos, y que infunde una visión desesperanzadora sobre la propia humanidad.
El desempleo en los países desarrollados como consecuencia de las computadoras desplazando al hombre, la vida como mercancía y manipulable genéticamente, y finalmente el pragmatismo como movimiento filosófico que pretende la supuesta “amoralidad” e imponer el axioma de que “el fin justifica los medios”, cuyo máximo exponente es la guerra.
La crisis actual es la deshumanización. La esperanza vendrá de lo que podamos aprender de ella.
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