El “bully” del curso coladero
Silvia Castro scastro@ulacit.ac.cr | Lunes 16 noviembre, 2015

Los profesores de cursos coladero hostigan y atemorizan a sus alumnos, y muchos actúan movidos por el deseo de dominar
El “bully” del curso coladero
Existen razones válidas para que los alumnos reprueben un curso. Algunos carecen de motivación hacia el aprendizaje de aquella materia que consideran difícil o aburrida; otros, las destrezas de administración del tiempo que les permitan asumir sus múltiples responsabilidades, sacrificando la dedicación al estudio.
Otros más no han aprendido a ser perseverantes y se rinden con mucha facilidad, ante una tarea que requiere una gran inversión de esfuerzo mental y horas de aplicación.
No saben pedir ayuda, o bien, no asumen la responsabilidad por su propio proceso de aprendizaje y esperan que el profesor les diga todo lo que deben aprender. Algunos alumnos dejan todo para el último minuto y otros se paralizan, por temor a fracasar.
Pero también hay razones inválidas para reprobar a los estudiantes. Uno de los mecanismos de evaluación más nocivos se perpetúa en lo que llaman “cursos coladero”.
El profesor usualmente inicia el primer día de lecciones ufanándose de que solo un pequeño porcentaje de sus estudiantes aprobará la materia, como si los índices de reprobación fueran indicativos de la calidad y rigurosidad del curso que impartirá.
Su mayor preocupación es salvaguardar su reputación académica de genio incomprendido, hosco e intratable, y no velar por el aprendizaje de sus alumnos.
Se justifica argumentando que los alumnos traen muy malas bases de niveles educativos y cursos anteriores; él, en su infinita sapiencia, se autoatribuyó la obligación social de clasificar a los alumnos, utilizando una evaluación tradicional basada en normas, de tal manera que solo los más astutos logren aprobar el circuito de obstáculos.
Los pupilos, amansados por muchísimos años de costumbre, han aceptado el statu quo, y se resignan a matricular un curso unas tres o hasta cuatro veces antes de aprobarlo. Algunos inclusive buscan inscribirse en los cursos coladero como mecanismo para comprobarles, a sus pares, su nivel de superioridad académica.
De acuerdo, el proceso formativo ofrecido por la educación general básica en Costa Rica es deficiente, bajo cualquier estándar internacional. Pero cuando una universidad acepta matricular a sus estudiantes con procesos de admisión y selección que ella misma define, lo hace bajo el supuesto de que los alumnos admitidos cuentan con las competencias mínimas requeridas para cumplir, con éxito, las obligaciones planteadas en sus planes de estudios.
Las malas bases académicas, por lo tanto, no deberían ser motivo de reprobación.
Bajo el escudo de libertad de cátedra, los profesores de cursos coladero hostigan y atemorizan a sus alumnos, y muchos actúan movidos por el deseo de dominar.
Son agresores que se aprovechan de las relaciones de poder entre ellos y sus alumnos, quienes no están en capacidad de defenderse.
Lo que es peor: las universidades en las que laboran son cómplices de la arbitrariedad, desatendiendo su obligación de garantizar a sus alumnos una realimentación continua y una evaluación justa basada en criterios de desempeño.
Silvia Castro
Rectora de Ulacit
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