Cría fama, y jamás te eches a dormir…
Marilyn Batista Márquez mbatista@batistacom.com | Viernes 21 agosto, 2020

A propósito de la presentación del reciente estudio de opinión pública acerca de la gestión del actual Gobierno, me parece oportuno definir y hablar de lo que significa popularidad.
La definición simple y llana es la “aceptación y aplauso que alguien tiene en el pueblo”. La definición más robusta es la notoriedad y proyección social, de carácter público, que tienen algunas personas por su actuar reconocido, apegado a valores comunes y patrones de conducta aceptados por la mayoría.
Si nos dejamos llevar por esa definición, entonces una persona popular es, en principio, un buen ser humano con características como calidez, simpatía, carisma, amabilidad, liderazgo, accesibilidad, credibilidad y sensatez, para generar confianza, admiración, aceptación, agrado y simpatía de parte del público.
Toda esta retahíla de adjetivos nos hacen deducir que no es cualquier persona la que ostenta popularidad, y la que puede sostenerla por mucho tiempo, pues necesita una herramienta poderosa, -que son los medios de comunicación-, para darse a conocer, proyectar su imagen y construir reputación.
Contrario lo que dice el refrán “Cría fama y échate a dormir”, -que es la forma de expresar que una vez la persona construye reputación pública y notoria, no tiene que hacer nada para cuidarla, sostenerla y reforzarla-, aquellos que se aprecian de ser populares tienen que entender que esta “condición” no es perenne.
La popularidad es dependiente al extremo de la variable del éxito, -tras éxito-, para mitigar la potencial amenaza de la volatilidad de la opinión pública ante sucesos negativos, inapropiados o inadecuados de las personas populares.
Sin embargo, y aunque parezca una contradicción, la perpetuidad de la popularidad no es una quimera. Existen muchas personas que han gozado de popularidad imperecedera y continúan siendo recordados por su legado, conformado por pensamiento y obras extraordinarias. Son estas las que se hacen popularmente inmortales.
Estos populares, que hoy son inmortales, conformaron su reputación con sacrificio, supieron dominar sus egos –la popularidad ofusca y genera vanidad-, cometieron errores que enmendaron en forma pública y entendieron que actuar apegados a la verdad es la principal herramienta para el logro de confiabilidad.
Entonces, el verdadero poder de la popularidad radica en el trabajo firme, transparente, descollante y continuo bien hecho, congruente con el perfil, el cargo y el rol que se asume y se transmite en la sociedad.
No es esta la popularidad que esperamos de los actores, cantantes, blogueros y “socialités”, porque su notoriedad se basa en la cantidad de “me gusta” en las redes sociales, en el atuendo atrevido o estrafalario que utilizó en la noche de los Oscar, o por la suma estrepitosa que pagó por una noche en el Royal Penthouse Suite en el Hotel President, en Suiza. Esa popularidad –la mas efímera de todas, casi siempre termina cuando acaba el dinero, la belleza, juventud o el talento. Me refiero a la popularidad que esperamos de los políticos, empresarios y humanistas. La que se conquista con el reconocimiento de una vida ejemplar -no perfecta-, pero sí basada en la sinceridad de los corazones y la pasión por dar mucho más de que lo esperan recibir. Esos populares crían fama, y jamás se echan a dormir.
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