¿Cómo fue que me dijiste?
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 02 julio, 2009


VERICUETOS
¿Cómo fue que me dijiste?

¿Han visto cómo se les saltan los ojos tratando de concentrarse en seguir la conversación mientras descifran mentalmente esa maraña de sonidos y palabras que nunca antes habían oído y que, por supuesto, para ellos no tienen ningún sentido.
Es que hablamos el peor español de América, dicen, pero a mí me parece que el lenguaje tico es el más sabrosote del mundo. ¿Cómo me van a decir que no es un placer oír a Murcia, el limpiabotas del Parque Central, o a cualquiera de esos maestros hablando en “Ca”, en “Cuti” o “al verres”, a una velocidad digna del más arrecho trabalengüista? ¿Quién habrá inventado el Ca y el Cuti?
¿Se acuerda de sus tatas: ca-no ca-le ca-des ca-per ca-mi ca-so? ¡Buenísimo!
¿No se siente usted tuanis cuando un extranjero le dice “pura vida mae”? Hasta que se nos ilumina la cara de la contentera. ¿O cuando le piden que diga “los tres carros del ferrocarril”, solo para oírlo arrrrrastrrrrarrrrrr las errrrrres?
Me gustan todas las notas características de nuestra habla y cultura popular, pero la que me parece más churrigueresca (ah caray), es esa costumbre de andar cambiándoles el nombre y poniéndoles apodos a todos.
Que tire la primera piedra el que no le ha encajado un mote a alguien, o el que no se ha casi orinado de risa ante una de esas salidas. Y es que el que no tenga un sobrenombre mejor que se lo ponga y lo ventile a los cuatro vientos antes de que lo liquiden con uno de esos difíciles de sobrellevar.
¿Quién se salva? Nadie. Desde el mismismo Arzobispo de San José, Manzanita, hasta los recordados Muñeca, Perra, Azul o Cazadora, pasando por presidentes, futbolistas, empresarios, taxistas, enfermeras, abogados, y toda clase de mozotes, todos tenemos nuestro apodito que llevamos con orgullo, decoro o máxima resignación, porque una vez puesto, no hay quien nos lo quite. Y es que todos tenemos a alguien que conocemos por como le dicen, pero que no tenemos ni idea de cómo le puso el cura. ¿Alguien sabe cómo se llama Pituza?
No creo que la intención bautizatoria (¿?) tenga en nosotros el afán de mortificar al receptor de la ocurrencia, aunque claro que hay algunos motes que no los sobrevive la dignidad de nadie. Me parece que esa nota tan característica responde más bien a nuestra cualidad de ser tan querendones. En la mayoría de los casos hay una expresión de afecto, hasta de intimidad. Le decimos Culito'e Candela a alguien para hacerlo sentir muy cercano a nosotros y no solo porque es gordillo y chiquitillo, o Muñeco'e Queque porque nos cae bien y le tenemos cariño y queremos resaltar que no es capaz ni de despeinarse o de perder su impecable compostura y buena pinta. No me va a decir que Jupa' de Vaca, Pollo de Granja, Pan de Ajo, Siete Vicios, Hamburgueson, Chompipona o Cara de Crimen, no son una belleza.
Cuando pasan los años, resulta una gozada recordar los sobrenombres de la época de güilas y constatar la naturalidad con que los seguimos usando. Hágase su propio ejercicio de recordar en silencio los sobrenombres de los compas de la escuela y del colegio y verá que termina riéndose solo (y aprovecha para ejercitar la memoria contra el alzheimer).
¿Y a vos cómo te dicen?
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